czwartek, 21 września 2017

HACIA EL HORIZONTE - CAMINO EN LAS AFUERAS



Andrzej Juliusz Sarwa

HACIA EL HORIZONTE (1)

cuentos insólitos


traducción de Angel Zuazo López


CAMINO EN LAS AFUERAS


Ojalá pueda alcanzar mis últimos deseos
antes del ocaso de mi vida!
Con el impulso de las olas por las rodillas,
la cantimplora llena de agua…

Sadi de Shiraz, Gulistan

Sólo parecían verse las formas esfumadas de la ventisca,
cada vez más lejos, atrapadas por un torbellino que las hacía girar,
como una ventisca de hojas abigarradas en el otoño…

Cyprian Kamil Norwid: Estigma

GRISURA Y NEBLINA

Tras la ventana el grito de una pequeña bandada de chovas que se elevan con rapidez hacia la uniforme trampa gris de las nubes. Las paredes de color amarillo sucio del edificio contiguo, condenado por ventanas rectangulares muertas, me tapan el horizonte.

Un temor sofocante que colma completamente mi ser, lo ensordece todo, hasta el eco de los automóviles que transitan, el lejano ladrido de un perro y cada sensación siguiente que quisiera anidarse en mi cerebro. Cada...

Intento luchar contra él, pero desde el comienzo mismo sé que esto no tiene sentido. La lucha está condenada de antemano al fracaso. Un temor omnipresente, abrumador... Hasta cuando sueño, irrumpe arteramente en mis delirios y me devora el alma. Pedazo a pedazo. Cada noche.

Y cuando llega el siguiente amanecer gris y neblinoso, lo que hace es mudarse dentro de mí, fluyendo desde el cerebro hasta el pecho. Ni siquiera el sol puede con él. Ese sol grande, amarillo, resplandeciente...

En realidad no tiene mucho en común con aquel, que antaño se tendía con pintas destellantes sobre el tupido césped o penetraba con su estela dorada en la pequeña ventana, y se arremolinaba en aquella estela como partículas enloquecidas de polvo que parecían entonces las alhajas más preciadas. ¿No lo serían en realidad? Es posible...

Pero esto ya es otro cuento y otra sensación. Es el recuerdo de los tiempos de cuando el temor que lo abarcaba todo se daba por vencido de vez en cuando. Aunque no por mucho tiempo.

Detras de la ventana se arremolina la niebla, cubierta por la uniformidad de los bloques del edificio contiguo. Cubre los agujeros de las ventanas muertas... ¡Mi buen Dios, ojalá lo cubriera todo! Si no veía el horizonte de ningún modo...


MARGARITAS Y DIENTES DE LEÓN


Me despierto poco a poco, con dificultad. Mi conciencia no quiere arrastrarse del aislado escondite del sueño, del que nunca antes trajo consigo pesadillas. Ese llegó después, mucho después...

El sonido de los pasos de abuela, que no podría confundirlos con ningún otro sonido. El olor de la leche hervida colma toda la habitación. Ella se acerca a mí cuando la llamo. Sé que trae un trapito limpio de algodón, empapado de una infusión caliente de manzanilla. Me lo coloca sobre los párpados cegajosos por la legaña seca.

Es el ritual de cada mañana. Si no fuese por ese paño húmedo, no podría abrir los ojos. Enfermos. ¿Desde cuándo? Desde siempre... desde anteayer, hasta hoy, hasta pasado mañana, hasta el día final... Si no fuese por ese paño húmedo, podría abrirlos desgarrando los párpados. Y eso duele.

El sol penetra por la pequeña ventanilla, cuyo antepecho está lleno de macetas de pelargonios rosados. Sólo rosados. De ningún otro color. No sé por qué a abuela le gusta tanto ese color. Además, también aparecieron espárragos...

El piso de arcilla, barrido hasta relumbrar. Sólo la pared que está detrás de la cama, aunque fue enlucida no hace mucho, se está desconchando, y el repello, carcomido por el frío y la humedad del pasado invierno, se desmorona y se desmenuza a pedacitos.

En la pared opuesta, sobre un clavo hincado profundamente, hay una lámpara de petróleo. Tiene el cristal ligeramente ahumado a pesar de haber sido limpiado en la mañana de hoy.

Estoy sentado --vestido con una camisa, unos pantalones cortos de color azul marino y con los tirantes cruzados en la espalda—a la mesa de pesado roble, que ocupa casi la mitad del cuarto.

Muerdo con avidez una rodaja de pan seco, bebo leche caliente, ¿Acaso se puede comer otra cosa en el desayuno? Nunca había oído hablar de eso...

Abuela echó el cerrojo a la torcida puerta de entrada, enlucida con varias capas de cal que se ha desmoronado. El sinuoso camino de loess, cubierto de gruesas capas de polvo, conduce a una calle cercana –apenas a un centenar de pasos--, una calle de verdad, con aceras y una calzada empedrada con adoquines de granito.

La acera escala por una loma bastante pendiente y alta. A la derecha de la calle se extiende un muro largo, muy largo, construido de piedras y ladrillos, y frente a éste –en el césped—una fila de esbeltos álamos italianos. Estos álamos y este césped tienen cierto poder magnético. Despiertan mi admiración. ¿Por qué? Eso no lo supe antes ni lo sé hoy. No lo supe cuando se alzaban con la esbeltez de las coronas tiernas palpitantes de jugos, cubiertos de hojas rígidas triangulares de color verde oscuro; y no lo sé hoy cuando casi la mayoría de ellos ya han muerto y sólo algunos contados ancianitos que se acercan cada vez más a su término, me hacen recordar aquellos lejanos días cuando me parecía que siempre iba a brillar el sol, las flores exhalar su perfume y los pájaros cantar. No comprendía que al final de cada camino acecha la muerte, y cuando aún no había cometido ninguna fechoría.

Cómo me tienta ese césped al pie de los altos árboles... Me gustaría entrarle corriendo, arrancar flores de las que hay a montones: dientes de león de color amarillo brillante que se mecen sobre sus delgados tallos rígidos, cardillos dorados, farolillos de color lila y margaritas de color rosa y blanco.

Pero abuela me hala de la mano. Vamos con paso firme, aunque ella se detiene dos veces para descansar, para tomar aliento.

Nos metemos en una verdosa penumbra de sombra que se unifica en la acera, bajo las ramas colgantes de los castaños y las acacias.

Hay un dulce aroma de flores de color blanco cremoso con racimos gruesos y pesados que cuelgan de las ramas espinosas. Las acacias tienen un olor tan fuerte que hasta marean. Amo las acacias. Cuantas veces siento su perfume, tantas veces regresa a mi mano el recuerdo del amistoso estrechamiento de la mano de abuela, grande y agotada por el trabajo...

Y aquellas cálidas mañanas resplandecientes del sol de la mañana en las que vencíamos juntos, obstinadamente, la pendiente de la Colina Zawichojski...

Pasamos la curva. Los automóviles corren a toda velocidad por la calzada zumbando y echando humo, pero no me provocan ningún sentimiento afectuoso. Me resultan ajenos. No pertenecen a mi mundo. Hasta el día de hoy...

De la acera torcemos hacia un estrecho sendero empedrado que se extiende a lo largo. Hay verdor a ambos lados. Sólo la profundidad de los tres lados está bordeada de los muros grisáceoblanquecinos de los edificios.

El calor sofocante jadea pesadamente en medio del aire inmóvil. De la tierra brota la estela dulceamarga del olor del verano. Y de la vida. Abuela oprime el picaporte de la maciza puerta ennegrecida por la vejez, enchapada y remachada con fuertes clavos de hierro.

La frialdad de la nave de la iglesia nos baña con un flujo vivificante. Las manchas de luz se depositan plenamente en el suelo sobre las maravillosas esculturas del altar mayor, que brillan de frente con destellos de oro y plata. El santo Miguel Arcángel le asesta un golpe al Adversario que está a sus pies. Eso no lo entiendo del todo...

Las manchas de luz se depositan sobre el púlpito que despierta mi admiración,  tallado con las bellísimas figuras de aquellos que alcanzaron la Luz Eterna, recostado sobre el tronco encorvado del manzano que crece a un costado de San Benedicto, quien está sumido en un misterioso sueño.

Me fascina el verde esmeralda marino de los bancos y la barandilla que separa el prebisterio de la nave... Un verdor que gobierna al interior de este templo...

Los sonidos del órgano rebotan de la bóveda, fluyen a chorros a lo largo de las paredes. Penetran en el interior inundando los más recónditos secretos de la mente y el corazón... Y no sé quién soy... Sólo un único sentimiento me embarga por completo, el sentimiento de la existencia, de la plenitud ilimitada... Ya no tengo ni piernas ni manos ni ojos. Sólo el Ego puro... Existe... Existe... Existe... El órgano calla. Una potente voz viril se alza y se deja caer en esa misteriosa y prodigiosa melodía de palabras latinas, que ya han sido olvidadas por las iglesias al cabo de los años y de los siglos...

„–Te igitur clementissime Pater... Memento, Domine, famulorum famularumque tuarum... Hoc est enim Corpus meum... Hic est enim calix Sanguinis mei... Libera nos, quaesumus, Domine… Porque, por lo tanto, padre omnimisericordioso... Recuerda, Señor, a tus siervos y siervas, ... Este es mi cuerpo... Este es el cáliz de mi sangre... Líbranos, te rogamos, Señor...”

Una menuda hormiga amarillenta vaga por un borde del banco del púlpito pulido por cientos y decenas de cientos de manos que se han apoyado en él. Mueve afanosamente las patitas. A veces se detiene, a veces intenta girar hacia un lado, pero en última instancia regresa a la senda trazada antes. ¿Por Quién? ¿Por Qué?

Nos domina el silencio. Hacía un rato que el sacerdote había desaparecido en el rectángulo oscuro de la puerta que conduce a la sacristía. Los bancos están vacíos. Sólo nosotros dos estamos atrapados en la fría nave, iluminada por los rayos de sol que entran por las altas ventanas.

Abuela repasa laboriosamente las cuentas del rosario con los dedos. Mueve los labios en silencio.

Después volvemos a salir a la calle. Llueve calor agobiante desde el cielo azul sobre nuestras cabezas.

Unos pequeños quioscos blancos inmóviles plantados en las esquinas de las calles incitan y atraen prometiendo unos helados tan sabrosos, refrescantes y fríos que hasta los dientes rechinan. Pero yo no voy a tomarlos... Abuela no tiene dinero... Hoy es un día laborable, no es domingo cuando mi mamá le da un zloty [N del T.- Zloty: moneda nacional y oficial polaca] para la ofrenda en la iglesia. A veces abuela, engañándose a sí misma de que eso no es nada malo, divide este zloty en dos monedas de cincuenta groszys, y con una de ellas me compra el helado anhelado, el más pequeño posible que puede comprarse. Pero eso ocurre pocas veces. Quizá dos veces durante el verano... Abuela no puede quitarle a Dios más de la cuenta lo que le pertenece... Y yo lo comprendo.


EL AROMA DEL TOMILLO


Al fin me quité las incómodas sandalias de cuero. Bajo los pies descalzos siento el polvo fino, sedoso al contacto. Voy a un barranco no muy hondo, cuyas suaves laderas están cubiertas de hierba y vegetación, voy allí donde más me gusta estar: en la soledad de los campos de verano. Desde lejos me llega la voz aún protectora de abuela:

--¡Ten cuidado no vayas a hincarte con un vidrio en los pies!
Pero no tengo que cuidarme. El instinto de mis generaciones precedentes que está presente en cada fibra de mis músculos y nervios, me conduce los pies de tal manera que escapan infalibles de todo lo que pudiera herirlos...


* * *

En el mismo medio de la vía, muy cerca de mí, se posó una mariposa bellísima. Sus coloridas alas me tientan a agarrarla. La mano se extiende sola... Toco esa maravilla con las yemas de los dedos... Pero, lamentablemente, alza el vuelo e instantes después sólo veo un punto oscuro que se aparta marcadamente del azul impecable del cénit.

Los campos... Esa misteriosa quietud de los campos... No sé por qué, pero ahora, al cabo de los años, cuando entorno los párpados e invoco su imagen, siempre se me aparece ella, idéntica.

Los campos que se mecen ya blanquecinos, el cereal que ya está madurando y su olor dulceamargo, apenas perceptible...

Pero abrí una senda a fuerza de pasar entre ellos, incluso cuando la tierra se secaba después del deshielo de primavera, y cuando los almiares de paja segada se amontonaban en las suaves laderas de las colinas cercanas, y aun cuando las rastrojeras se extendían tristes hasta el horizonte. Y, por último, cuando el mundo entero descansaba, envuelto en el blanco inmaculado de la nieve destellante al sol...

Fulgor amarillo, extensiones de color lila pálido de las laderas herbosas de las frondosas colinas cubiertas de tomillo. Peras silvestres en la linde. Una alondra embriagada por el canto, el cantar de los gallos, el quedo ladrido de un perro. Todo esto, sólo acentuado por el silencio con el que saciaba mis temores y alegrías... Y sueños.

En el escarpado declive de la ladera de loessing, sobre un bloque salidizo de arcilla petrificada, se acurrucó una lagartija verde, esbelta, con una orladura a lo largo del lomo. No le tengo miedo. Sé que ella no me hará nada malo.

Los manojos de cabecitas de rojo bordó de los clavos silvestres que crecen por encima de la densa hierba, se mecen ligeramente al viento. Justo al lado las ramas rígidas del corazoncillo amarillo.

El aire se estremece con un fuerte aroma a tomillo, a tierra recalentada, a quietud...


ALREDEDOR DEL MURO


Me vistieron con un trajecito “escolar” de color azul marino (creo que muy elegante). ¿Qué idiota habrá inventado el trajecito “escolar”? ¿Y el emblema que hay que coser en las mangas?

Pero eso no es lo más importante. Me quedo mirando un montón de coque, que se levanta justo frente a mí. ¿Dónde están mis campos, mis mariposas, dónde están los clavos silvestres de rojo bordó?

Un señor mayor (después me enteré de que era el director de la escuela, oh, cómo lo aborrecí, aunque ahora sé que era buen hombre) nos dice algo, sobre unos deberes... ¿Qué deberes? Pero si recuerdo que abuela hablaba sólo de uno: que yo debería ser un santo. ¡Y nada más que eso se cuenta! ¡¿No lo entienden?!
¿Para qué estoy parado aquí? ¿Y para qué están parados los demás?

Ya no permanecemos de pie. Agrupados por aulas, entramos en la escuela. El aula, apesta a grasa negra, con la que pintaron el piso de madera. Horrible, los bancos duros, los tinteros...

Miro hacia la ventana. El viento mece las copas de los abedules... Sólo esos abedules me resultan entrañables.


* * *

El tiempo cae gota a gota. ¡Jesús! ¡¡¡¿Cuanto tiempo más?!!! En Onceañera nos educan por las noches. Detras de la ventana, el crepúsculo. “La señora” enciende la bombilla eléctrica.

Ya no siento orgullo de la mochila de cartón, que antes de asistir a la escuela por primera vez, me echaba a la espalda y dembulaba con ella por el camino empolvado de la aldea. Me parecía que ya yo era adulto, un verdadero hombre. 
¡Eh! ¡Qué rápido me lo sacaron de la cabeza en la escuela!

Allá me prohibieron ser hombre y me convirtieron en alumno.

La lluvia repiquetea sobre el antepecho de chapa. Afuera está totalmente oscuro. Suena el último timbrazo. Hay que irse para casa. Tengo miedo. Así que camino junto a la ventana que está muy iluminada. Detrás del cristal enrejado de la oficina de correos, está mi madre. Está trabajando. Tengo frío, tengo hambre, ya quisiera estar en casa. La llamo con todas mis fuerzas:

--¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá!

Aguardo. La ventana permanece cerrada.

--¡Mamá! ¡Mamá! ¡Maaamááá!

--Espera un poco, hijito. Ya falta poco. Enseguida termino.

Se cierra la ventana. Aguardo. El tiempo cae gota a gota. Pasa una hora, hora y media. Al fin llega. Mi buena y querida mamá. Pregunta qué pasó en la escuela. ¿Y qué pudo pasar? Un día más para convertir al hombre en alumno... Entramos en nuestra “calle”, el lodo se pega a los zapatos. Lodo, por todas partes lodo...

Entramos a casa. Abuela repasa las cuentas del rosario. Me mira con lástima, pero no dice nada. Mi padre ya está durmiendo. En breve mamá me acuesta también en la cama. En la vieja cama de roble.

Cuando ya tomé mi ración de sopa de patatas y estoy acostado cubierto con el edredón hasta el cuello, mamá apaga la bombilla y enciende una vela (para no molestar a mi padre). Abre un libro y se pone a leer a media voz. ¿Para qué? Pero si apendí a leer cuando tenía unos tres años. Los ojos se le pegan de sueño, pero yo –a pesar del cansancio-- no la dejo dormir. Porque el libro es otro mundo, aunque irreal, no es tan cruel como este, en el que me han obligado a vivir ahora. En este mundo irreal las mariposas siguen alzando el vuelo y la lagartija se calienta al sol. Sólo que... ¿para qué tanta muerte? Los caballeros yacen muertos uno al lado de otro. Lo cierto es que ya ellos no sufren, ¿pero sus hijos?...

Más tarde llegará el momento en que leeré de cómo Robin Hood fue traicionado –de Lord Robert. Y lloraré. Y mucho después llegará el momento en que leyendo de cómo Robin Hood fue traicionado, se echará a llorar mi pequeña hijita...

No sé si Robin Hood vivió alguna vez, pero eso no importa. Reza, hijita, por su alma. Recemos juntos. Recemos por todos los engañados, los traicionados, los asesinados...

„Concédele el descanso eterno, Señor...”

Abrázame, hijita, abrázame fuerte. Todavía no sabes que nunca podré defenderte, que tendrás que encarar sola el mundo, que aunque es bello, no te quiere. Duérmete confiada y convencida de que a mi lado no te pasará nada malo. Bueno y... bueno y...

Duerme, hijita... Dormid, hijitas... Sois tan diferentes, sin embargo las amo por igual...

¿Acaso es justo que vosotros tengáis que recorrer el mismo camino, el sendero sinuoso, que constantemente recorro y recorro?

¡Pero no hay otro camino! Sólo éste único...

¿A lo mejor vosotras lograréis enderezarlo?

Aunque seáis tan pequeñitas y haya en vosotras tanta fe, ya habéis entrado en él.

Todavía no lo sabéis, todavía os parece que soy omnipotente. Ojalá eso dure el mayor tiempo posible...

Os habéis dormido.

Mañana será otro día...


RESURRECCIÓN


¿Pero son las tuyas o son las mías?

Colocamos flores en la tumba del Señor Jesucristo. Calas, sólo calas. Blancas y fragantes. Traemos de la calle vecina tiestos grandes y pesados, en los que crecen plantas frágiles. Al parecer no es muy lejos, pero hay que emplear mucho esfuerzo y tiempo.

La tumba va surgiendo poco a poco. En el sitio central yace la figura del Asesinado. En el enlosado hay velas...

Todavía no tililan las llamitas, todavía no...

“—He aquí el Madero de la Cruz, en el que colgó la salvación del mundo...”

Descubren La Cabeza, Las Manos y Los Pies, cubiertos hasta ahora con un paño de color violeta.

--Observa, desde el costado atravesado brota sangre sin cesar. ¿No lo ves? ¿Cómo puedes no verlo? ¿Al adorar el crucifijo besaste sólo los pies del Asesinado? ¿No te fijaste en Él? ¿Te fijaste sólo en los pies y te marchaste? ¿Quisiste escapar de la multitud? Parece que sí, pues detrás de ti había un gran tropel. Todo el mundo quería besar los pies. Lo comprendo. No hay tiempo, nunca alcanza, aunque sea para echar un vistazo a algo más de lo que se debe mirar. Entonces, ¿por qué acudiste para besar los pies? No tenías que haberlo hecho. ¿Que los demás acudieron? ¿Y qué importa? ¿No había que dejarte solo en el patio? ¡Ah! ¡Comprendo! ¿Por eso te uniste a los demás?

De todos modos te unirás mañana, pasado mañana y mucho tiempo después. También comprendo que hasta podrás llegar a sentir lástima por Él, que te sentirás triste por Su culpa, pero siempre serás el que marcha, porque no puede ser de otra manera.

Es posible que por esa razón te avergüences de ti mismo, pero al final te acostumbrarás... ¡No es cierto! ¡Nunca te acostumbrarás! Y finalmente llegará el momento en que notarás La Sangre que brota incesantemente de Las Heridas...

¿Será ésta tu resurrección? ¿Si porque notaste unas gotas rojas viscosas, por ello te convertiste en otro hombre? Precisamente pensarás así sin admitir la verdad. Porque la verdad duele. Igual que el amor. No es posible aceptarla sólo en parte y en parte rechazarla. Y por eso marcharás todo el tiempo, sin cesar, en la multitud... Sin saber adónde vas, pero soñando con marchar junto a Él...

De hecho, esa gran multitud no sabe de qué se trata todo esto. Sólo contadas personas... ¿Al igual que tú?

Entretanto Él sangra. ¡Oh! ¡Mira! Ese espasmo doloroso que recorrió Su Rostro. ¿No lo notaste? ¿Miraste entonces hacia otra parte? Pues sí, suele ocurrir. En definitiva nadie te obliga a que le observes constantemente. Yo lo vi. Pero de qué sirve si siempre vamos juntos en la gran multitud. Codo a codo... ¡Sin embargo, tan lejos de Él!...

¿Entonces? ¿No habrá resurrección?

No, no es así... No es así...

Por supuesto que habrá. ¿Pero qué podemos esperar después?

¿Acaso lograremos enderezar el sendero?



NUEVO DÍA...



Ya es hora. El sol está alto. Huele a heno fresco. El cadáver de mi padre se desliza hacia mí (el tacto frío de su cara rígida) cuando lo coloco en el ataúd...

Ni una mariposa... No huele el tomillo... Segaron los álamos...

Ya cae el crepúsculo. Detrás de la ventana están las borrosas siluetas de los edificios, de formas difusas. Acá y allá un resplandor luminoso amarillento alumbra los rectángulos de las ventanas. Un perro encogido y tembloroso yace sobre el césped a pesar de que otros perros corren y ladran sin cesar. ¿Yo, encogido y tembloroso?...

Y por delante el mismo camino invariable. Y constantemente no sé adónde me lleva. Dices:

—¡Vuélvete...!

¿Acaso intentaste volverte cuando la niebla a tus espaldas era tan densa que no veías nada a medio paso, pero delante de ti todo estaba relativamente limpio aunque las nubes cubrieran el cielo por completo?¿Y que el camino sólo se reblandeció un poco después de la llovizna? Un poco de lodo se pega a los zapatos, pero eso no es nada, no es nada. Lo importante es que marchas, aunque no sepas adónde. Sencillamente marchas... Marchas…

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