czwartek, 21 września 2017

HACIA EL HORIZONTE - DESCENDIENDO AL VALLE


Andrzej Juliusz Sarwa

HACIA EL HORIZONTE (5)

cuentos insólitos


traducción de Angel Zuazo López


DESCENDIENDO AL VALLE


A la memoria de mi esposa Elżbieta
¿Por qué estás triste, alma mía?
¿Y por qué me acongojas?…
Sal. XLI, 6


Era un anochecer del año 2012, gris y sombrío --saturado de gotitas microscópicas en suspensión, que no eran ni llovizna ni niebla--, que daba paso de prisa a la negrura de la noche que se aproximaba.

Yo estaba sentado en una silla frente al ordenador, extenuado de cansancio y miraba maquinalmente la ventana que tenía la cortina corrida, en cuyo cristal se reflejaba el brillo que fluía de la lámpara de noche que estaba en medio del escritorio, cerca del teclado. Yo había apagado antes la luz del techo, de modo que en la habitación reinaba la penumbra.

Ya estaba harto. Todo el día frente al ordenador. Dieciocho horas. Me sentía como si fuese la concha de una ostra succionada hasta el fondo. Me reí de mí mismo al ver lo absurdo de la comparación. Luego, ¿cómo asignarle algún sentimiento a la concha? En realidad, estaba como vacío por dentro, sin un ápice de energía. Me dolía el espinazo cada vez más. Todo el espinazo. Desde el cuello, pasando por la espalda, hasta el lomo. Me atormentaba un dolor desagradable, embotado, a ratos penetrante. Y para colmo, también ese dolor en el pecho cada vez más frecuente... Paralizante, que cortaba la respiración... No se sabía si era del corazón o de la columna vertebral o de otra cosa. Los médicos, desconcertados, se cruzaban de brazos. De modo que no sé si en realidad ellos escuchaban lo que yo les decía.

Suspiré con pesadez y miré a la derecha y vi el frasco ya casi vacío de ketonal. Muy rara vez lo consumía, pero esta vez llegué al convencimiento de que si no tomaba este analgésico más fuerte, no pegaría un ojo en toda la noche. Saqué la tapa plástica y me eché en la mano las tres últimas tabletas. Me la llevé una a la boca y me la tragué sin beber líquido, las otras dos las devolví al frasco.

Encorvado, fui arrastando los pies hasta la cocina, abrí la nevera y busqué la botella de agua gaseada que había puesto allí unos días antes para que se enfriara bien. Allí estaba. Muy fría. Estaba como me gusta más, a pesar de de que rara vez la bebo. Eché agua en el vaso hasta el borde y me la bebí de un trago. La frialdad me atravesó los dientes, la garganta y el tubo digestivo.

En el cuartico contiguo, mi esposa seguía sentada frente al ordenador. Estaba sumando algo.

--Ela –le dije--. Basta ya. Mira lo tarde que es. No te revientes así. Ya estoy harto. Me acostaré y tú, vete a descansar de una vez. Estás matándote de trabajo desde el mismo amanecer.

--Vale. Sólo termino esta lista –respondió.

--¿Y eso no puede esperar a mañana?

--No, no puede ser, porque me pierdo. De veras, acabo ahora mismo. Vete a dormir.

--Entonces, buenas noches.

Me di una ducha rápida y después, ya acostado en la cama, me puse a observar la penumbra. De detrás de la puerta llegaba incesantemente el sonido del tableteo del teclado. Por fin cerré los ojos. Aún sentí cuando el gato saltó a la cama y, haciéndose un ovillo, se echó a mis pies...

* * *

A través de las capas de sueño llegó a mi conciencia una voz masculina de extraño timbre que repitió varias veces la misma frase:

--Ella morirá pronto, te quedarás solo, ¡entonces te voy a demostrar!

Me senté en la cama de un tirón, convencido de que había soñado alguna pesadilla. Pero no, había sido demasiado real para que fuese una simple alucinación. Me froté los ojos asustado y miré a mi alrededor. De detrás de la ventana se filtraba la débil luz amarillo-anaranjada de la farola de la calle que iluminaba todo el local. No vi en la habitación a ningún extraño. Sin embargo estaba tan conmovido con lo que había oído que no volví a acostarme, sino permanecí sentado intentando tranquilizarme..

“Ella morirá pronto, te quedarás solo, ¡entonces te voy a demostrar!” –resonaba incesantemente en mis oídos. Con énfasis en “morirá” y “te quedarás solo”... Respiré hondo durante un rato para tranquilizarme. Hasta que al final llegué a la conclusión de que en realidad había oído estas palabras, que al mismo tiempo contenían una profecía y una horrible amenaza. Me sacudió un escalofrío... Comprendí que aquello debió ser la voz de un espíritu maligno que me me estaba anunciando la muerte de mi esposa. Sí, sin lugar a dudas, el diablo estaba intentando atemorizarme. Pero, en definitiva, no tomé en serio sus palabras.

--Embustero –pensé.

Encendí la lámpara de noche consciente de que ya no me dormiría. Encendí el ordenador y, cuando la pantalla se iluminó de color azul, miré la barra de tareas, en la parte baja del monitor, la fecha y el reloj: 3 de noviembre, dos minutos pasadas las tres. Todavía faltaba mucho de aquella noche para llegar al amanecer. Medité sobre lo que había escuchado... ¿Pero, quién sabe?... Ela no estaba muy saludable. Las tiroides, la hipertensión, la vista. Hace algún tiempo sufrió un infarto, del que –gracias a Dios—salió sin secuelas... Sin embargo, ahora tenía buen aspecto y nada indicaba que pudiera ser algo tan serio como para que estuviera gravemente enferma... Trabajaba... afanosamente... no cuidaba de su salud ni por asomo... ni ahora ni a lo largo de su vida...

--Embustero. Lo que quieres es atemorizarme –volví a pensar.

Fui arrastrando los pies hasta el cuarto de baño, me reanimó una ducha fría y fue como si me hubiese lavado los restos de temor, aunque todavía sentía un poquito de ese desagrable sabor en la garganta y en la cavidad del corazón...

Puse a hervir agua en la tetera. Cuando pitó, me preparé un café y me fui con él a la habitación. Bebí de prisa dos tragos calientes, por lo que me quemé los labios. Me acomodé bien frente al ordenador. Revisé el buzón. Respondí a los correos. Pura rutina. Al cabo de unos minutos me puse a trabajar.

Quería terminar cuanto antes el trabajo sobre este libro. El tema era difícil. Gélido y asfixiante: “La desdemonización”... Comprendía perfectamente por qué el diablo intentaba atemorizarme... Podía asestarle un flechazo con este libro, posiblemente se llevase a alguien para quien ya se habría afilado las uñas y habría urdido ciertos planes, y eso era imperdonable. A decir verdad, a mí ya me había conseguido, pero, ¿acaso alguien más por mi culpa?, ¿gracias a mí?

Mi esposa y yo ya nos habíamos acostumbrado a los chirridos, a ciertas sombras que se escurrían por la habitación, perceptibles apenas con el rabillo del ojo; a los extraños chasquidos, a las estelas de repugnante hedor en el aire y a los inesperados soplos de viento frío. Incluso, hasta a metedura de miedo a los animales domésticos, sobre todo al gato Vagabundo. Pero como esto no funcionó para mí, El Malo echó mano a la artillería pesada...

Después de haber publicado Enredado es probable que no me hubiese decidido a escribir el siguiente tomo por mí mismo. Pero Marta, apodíctica y que no soportaba ninguna objeción del director editorialista, fascinada con el primer tomo, me obligó a escribir el siguiente. Y todo parecía indicar que también habría una tercera parte. Por lo menos así me “salió” de los borradores escritos hasta ese momento.

En verdad, terminé la segunda parte a finales de octubre, entonces me di a la tarea de corregirla y volví a redactar algunos fragmentos. En esencia, arreglos cosméticos. Eso llevó mucho tiempo.

Volví a suspirar profundo y comencé el trabajo matutino con la lectura de lo que había cambiado en el texto el día anterior, antes de que cayese la noche, buscando otros errores eventuales y haciendo las correcciones indispensables. No me gustaba ese trabajo. Es peor y más aburrido que pegar sobres...

Por fin pulí definitivamente el texto y empecé a leerlo completo una vez más para atrapar el sentido, y cuando lo terminé, me eché hacia atrás para enderezar los huesos. Después me levanté de la silla e hice una profunda reverencia hasta que oí una serie de chasquidos de las vértebras de la columna que se desbloqueaban.

Desde la cocina llegaban ya los ecos del ajetreo. Ela se estaba preparando un modesto desayuno. Todavía yo no tenía deseos de comer. Sin embargo, entré a la cocina y, pasando junto a mi esposa, rocé ligeramente su mejilla con mis labios.

--¡Hola!

Me dispuse a preparar otra taza de café.

--¡Hola! ¿De nuevo sin dormir? –preguntó Ela.

--He dormido. Hasta las tres. Me ha despertado una pesadilla.

--¡Qué has soñado?

--Una pesadilla y punto. Ya no lo recuerdo –mentí, pero al mismo tiempo eché una ojeada inquieto a su rostro buscando en él alguna señal inequívoca de enfermedad. Pero tenía buen aspecto. Excepcionalmente bueno. Además, tenía muy buen humor. Como pocas veces.

--¡No bebas tanto café! ¡Domínate un poco! ¿Quieres enfermarte aún más?

--¡Ah, qué tontería! Ya he logrado cansarme bien y no me siento lúcido del todo. ¿Qué hora es?

--Las seis.

--¿Ves? Ya casi he dejado atras tres horas de trabajo.

No dijo nada más, sólo se encogió de hombros.

* * *

El domingo 11 de noviembre hizo un día espléndido, sin llovizna, sin neblina, sin viento. Un día soleado, aunque un poco frío.

--¿Por qué no vamos hoy a la iglesa de San Jacobo a las 9:15? --preguntó Elzbieta.

--Vale. Aunque pudiera ser un poco más cerca...

--¡Vamos! Iremos cortando camino por Podwale.

Yo sabía que ella adoraba ese camino que yo detestaba.

Se vistió con un abrigo de entretiempo, botas altas, guantes de cuero, pero tenía la cabeza descubierta.

--A mí me regañas porque no me cuido, en cambio tú andas en el frío con la cabeza descubierta. ¡¿De veras quieres enfermarte?!

--Ah, no exageres. No me pasará nada. Hay calor al sol.

--Eso es... al sol – murmuré.

Como habíamos salido mucho antes, fuimos caminando sin prisa hacia la iglesia. Al pasar el sendero de Podwale Dolny, nos adentramos en un barranco no muy hondo que trepaba abruptamente hacia arriba, de cuya garganta salía hacia el frente la puerta del antiguo templo de ladrillos de los padres dominicos.

En el aire otoñal iluminado por la esfera solar que pendía abajo, se sentía el aroma fresco y característico de las hojas de arce. Todavía muchas de ellas colgaban de los árboles, que se irisaban de rojos, marrones bronceados y de dorados. Ela hacía fotos. Le gustaba hacerlas, aunque por lo general no permitía que se las hiciesen a ella.

Sin embargo, en el barranco todo era tan espléndido que –aunque con desgana—no objetó que yo la perpetuara también en ese escenario casi fabuloso. De manera que posó tranquila para aquella foto, aunque su cara parecía un poco cansada y con los ojos entreabiertos. Y con una semisonrisa o semimueca en los labios... Está parada sobre una alfombra de hojas de distintos colores que habían caído y tiene como fondo la misma alfombra, sólo a lo lejos se vislumbran los contornos imprecisos de los bloques de las casas de la calle Zamkowa...

* * *

Fue un día apacible... Un largo paseo apacible después de la Misa... También una tarde apacible. Y un sentimiento de júbilo que nos embargó a ambos y cierta sensación excepcional de seguridad experimentada pocas veces en la vida... Y una tarde tranquila y una noche apacible, aunque el tiempo se descompuso al atardecer y las gotas de llovizna repicaban delicadamente en la oscuridad sobre los cristales de las ventanas...

* * *

El invierno iba pasando lentamente. La Navidad fue en nuestra casa un poco diferente de lo normal, ya que por primera vez en más de treinta años vestimos un gran árbol de navidad vivo; este papel lo representó un suntuoso arbolito chipriota, talado en el huerto de la casa. Lo cierto es que no olía tan fragante como el abeto o la pícea, pero de todos modos nuestro gato se alegró mucho de ello...

* * *

El 27 de diciembre concluyeron las trabajos sobre el libro, tanto de mi parte como también del editor, y –lo reconozco con cierto resquemor—le pedí a mi esposa que leyese la última versión del texto... Además, como de costumbre... Siempre fue mi primera lectora...

* * *

El mismo día de Año Nuevo 2013, Ela apartó la versión impresa en el ordenador de Murmullos y sombras. De momento no dijo nada. Finalmente movió la cabeza como con un gesto de desaprobación.

--¿Y bien? ¿No te gusta?

--No, el libro está bien escrito... sólo que...

--¿Qué?

--Hay tanta maldad en él... que a ratos hasta duele...

--Pero si termina bien... –señalé tímidamente.

--Al parecer, sí... aunque no... la última escena... nada termina bien, en el siguiente cuadro todo comienza de nuevo... así hemos arreglado el mundo... así somos...

--¿Nosotros?

--Sí, nosotros. La gente.

--Quizá no habrá un siguiente cuadro. Me siento extenuado... creo que no seré capaz de escribir un siguiente libro semejante...

--Ahora dices eso. Pero hay algo que no has dicho en esa novela. Falta algo. Sin embargo, creo que debieras escribir la continuación. Esta deja cierta insatisfacción...

Cesó de hablar.

--Además –sonrió-- tú mismo no resistirás la tentación de no haber terminado lo que empezaste, ni Marta te lo va a permitir.

Tenía en mente a mi editor. ¿O, más bien, no sería mi editora? No sé cómo se dice correctamente eso ahora.

* * *

El invierno se fue quedando atrás lentamente. Llegó marzo. Los días eran cada vez más largos, aunque seguía nevando y nevando y el deshielo no ocurría muy a menudo...

La novela fue a imprenta. En la editoral me prometieron que se publicaría relativamente pronto. Posiblemente en la primera semana de abril.

* * *

Ela no se sentía muy bien desde hacía un par de semanas. No quería decir lo que le dolía en realidad, pero debió sentirse horriblemente cuando reconoció que debía hacerse un ultrasonido del abdomen. Ella misma se lo “encargó”. Y se lo hizo. En un consultorio particular, como suele ser en nuestra “tercera república”.

El 12 de marzo ingresó en el hospital. Debió haber sido un tratamiento sin complicaciones. Después, unos análisis estandarizados para el exámen histopatológico. Espera... inquietud y esperanza... alternadamente... Espera... espera...

* * *

En Pascua de Resurrección nevó mucho. Para llegar a la iglesia durante el triduo pascual, fue necesario abrirse paso a través de profundos montones de nieve... A pesar de haber salido del hospital, a pesar de los tratamientos, a pesar de que se encontraba en muy malas condiciones físicas, Ela no faltó a ninguna misa.

El Viernes Santo fuimos a la iglesia del Espiritu Santo.

Cuando el celebrante entonó:

He aquí el madero de la Cruz, sobre el cual colgó la salvacion del mundo…

se apagaron todas las luces en la iglesia. Sólo las llamitas de las velas parpadearon  débilmente, alumbrando su entorno más cercano. Los desorientados fieles no sabían qué estaba ocurriendo, miraron a su alrededor y murmuraron entredientes, evidentemente preocupados. El celebrante continuó la misa.

Una simple avería eléctrica, pero en los corazones había quedado una partícula de miedo, cierta inseguridad, cierto temor....

¿Una señal?... ¡Ah! Enseguida pensáis en una señal... ¡Qué mágica idea!... No hay ninguna señal, ¡sólo hay casualidades! Según los científicos. Esos chamanes contemporáneos.

* * *

El 2 de abril Ela viajó al laboratorio para recoger los resultados de la biopsia que le habían practicado durante la intervención quirúrgica. No se sentía mal. Estaba volviendo en sí poco a poco. Yo me quedé en casa. Como siempre, sentado frente al ordenador.

Sonó el teléfono:

--Que venga. Ya el libro ha sido imprimido. ¡Espero! –habló la voz de Marta en el auricular.

--¡Por fin!

--¡Pero sin rezongar, a venir! ¡Te veo luego, lagarto! –colgó.

* * *

Subí al piso de arriba con mucho esfuerzo. Fui caminando despacio por el largo pasillo hacia la oficina de redacción. Ya iba a abrir el picaporte cuando sonó el móvil. Me detuve frente a la puerta. Di dos o tres pasos hacia atrás, lo saqué del bolsillo y me lo llevé al oído. Era Ela.

--He recogido... los resultados... –se le cortó la voz, que sonaba ciertamente insegura.

Me quedé paralizado en espera de las siguientes palabras. En unos segundos el sudor me cubrió la frente y el corazón me retumbó en el pecho, estuvo a punto de estallar.

--...y no se ven nada bien –concluyó Ela--. Ahora no quiero hablar de eso. Conversaremos en casa.

No sabía qué hacer. Con gusto me hubiera vuelto sobre mis pasos y hubiese salido cuanto antes del edificio de la casa editorial. Pero tampoco sabía estar solo en semejante momento.

Oprimí el picaporte. Me dejé caer en una silla frente a la mesa de cristal. Marta me entregó un ejemplar del libro recién impreso. Lo cogí mecánicamente y lo hojeé un par de veces. Lo abrí, lo cerré y lo aparté a un lado.

--¿Qué pasa? ¿No está bien? ¿Qué es lo que no encaja? Formato eska, (12.5x19.5 cm.) papel de volumen, hojas soft touch, tinta de punto, apellido sobresaliente... ¿entonces, cuál es el problema? –preguntó Marta.

En los ojos me brillaron las lágrimas.

--¿¡Qué ha ocurrido?! ¡Diga de una vez!

--Mi esposa acaba de llamar... es cáncer... –no pude reprimir el sollozo por más tiempo.
                                           

* * *

A buscar un centro de atención médica. Kielce. Rzeszów. Exámenes. Kielce no. De milagro Rzeszów “al instante”. Exámenes. Prescripciones. Operación. El 10 de mayo. Tarnobrzeg. Rapidísimo. Sin demora. Operación radical. ¿Por qué no en abril en Sandomierz? ¡¡¡¿No será para que no se reproduzca el tumor maligno en el torrente sanguíneo?!!! A encogerse de hombros. ¡¡¡¿Por qué demonios no en abriiiiiiiiiiil?!!!

* * *

9 de mayo. Empecé a trabajar en el tercer tomo de la trilogía. Se titulará Un grano de salvación. Tengo malos presentimientos. Escribo este libro para Ela. Se lo dedico a ella... ¿No será muy tarde?... Sólo he llenado varias páginas de filas negras de letras... ¿Cuánto tiempo me queda?... ¿Cuánto tiempo nos queda?... “No pienses en eso y escribe” –me digo a mí mismo.

* * *

De nuevo Rzeszów. Mayo. Braquiterapia. Tres fracciones. Volver en sí. Un soplo de alivio. Un soplo de esperanza. Cada vez más esperanzas... Cada vez más. “Va a salir bien”, todos me dicen a mi alrededor. “Don Andrzej, va a salir bien. De veras”. Algunos hasta me dan palmaditas por el hombro. Va a salir bien...

* * *

Volvimos a salir juntos a la ciudad. Ya no salíamos a diario como no hacía tanto tiempo, pero salimos una vez, hasta dos veces en la semana. Ahora Ela se veía casi lozana. ¿Quién diría que está tan gravemente enferma?

* * *

Junio empezó caluroso. ¿No será también un mes apacible?...

* * *

El martes 4 de junio vi por última vez a mi preferido, mejor dicho, a mi amigo, el gato Vagabundo. Angustia. Cada vez mayor.

--Ya no volverá. Era demasiado confiado. Se acercaba a cada persona...

--Tú todo lo ves siempre de color negro –me amonestó Ela.

El día 10 lo encontramos en el basurero cercano a la construcción de un gran hotel. Ya se había descompuesto. Le habían sacado todos los dientes. Alguien se divirtió. “Los gatos son falsos, ¿verdad? ¡A matar al gato!” Y lo mataron... Por si fuera poco, lo arrojaron al basurero. Envilecieron...

Ela y yo lo trajimos al jardín que está detrás de la casa. Lo enterramos en el lugar donde le gustaba esconderse de nosotros cuando era un gatito, entre las hierbas y las flores... así no más, para divertirse... Ya nadie le hará daño... Reverdecerá como la hierba... florecerá como los jacintos... olerá a azucenas... La afanosa abeja lo elevará a su colmena dentro del dulce néctar de abril...

* * *

Ambos estamos trabajando a todo tren. Hasta donde nos alcanzan las fuerzas. Ninguno de nosotros escatima. ¿Para qué? Ninguno de nosotros dice nada, pero es probable que los dos estemos pensando lo mismo. No se sabe cuánto tiempo juntos todavía nos concederá Dios... Hay que concluir ciertos asuntos. Pero si va a salir bien... va a salir bien... “¡Oooooh, Don Andrzeeeej! ¡Va a salir bieeeeeen!”

* * *

El 31 de julio terminó la corrección autoral de Un grano de salvación. La valoración teológica sustancial (así se llama ahora la censura eclesiástica) también lista, sin objeciones. Ahora, el resto depende de Marta. ¿Cuándo encontrará tiempo para terminar el trabajo sobre el libro? En definitiva, ya se puede pasar el libro a imprenta…

* * *

Al principio, agosto prometía ser lindo, pero sólo al principio. Nuevos padecimientos. ¿Algún resfriado? Dolor en el costado. Puede haber sido una corriente de aire. Pero, nada grave. Al menos así parecía. El 16 de agosto Ela decidió volver a hacerse un ultrasonido. Líquido en la cavidad pleural. ¿Pudiera no ser nada? Tratamiento de antibióticos. ¿Pero quizá también una radiografía del tórax? El 19 de agosto la radiografía: numerosos pequeños tumores en ambos pulmones. El 28 de agosto una tomografía. Ya no hay la menor duda... metástasis en ambos pulmones. Tumores grandes…

* * *

--Escucha, dime...

Le leo al compañero la descripción médica reprimiendo el sollozo con dificultad.
--¿Qué futuro presenta?

Silencio.

A poco escuché en el auricular.

--No soy especialista... Esto puede tardar sólo algunos meses más...

Callamos.

--Pero no tomes tan a pecho lo que he dicho. Puede resultar de otra manera –agregó apresuradamente.

Un consuelo. Qué tiempos... es verdad en el fondo... con tal de que no sea desagradable... Pero de todos modos es desagradable... ¿Entonces para qué fingir?... Corrección política...

* * *

El 6 de septiembre se dio inicio a la quimioterapia paliativa. Seis ciclos. Luego la hormonoterapia. No hay mejoría. En cambio, hay desarrollo: extensión a los huesos, a la pleura. Dolor... dolor... dolor... incesante, horrible, casi deshumanizante... Radioterapia. Y dolor de nuevo... ¡Mayor aún! Debió haber disminuido, pero se ha intensificado.

Ni una palabra de protesta. Ni una estela de rebeldía, ni siquiera de objeción... A veces las lágrimas le brillan en los ojos, pero no le corren hasta las mejillas.

“Ela –murmuro para mí mismo --, ¿por qué me sometes a tan difícil prueba? ¿Acaso podré arrastrar el sufrimiento como tú si algún día la muerte empezara también a reclamarme?”

* * *

--Doña Marta, ¡no esperemos por la corrección final! Entreguemos ya el libro a imprenta –suplico.

Un pequeño ardid. Imprimieron un ejemplar especialmente para Ela. Lo hicieron como lo habían planeado. Formato eska, papel de volumen, hojas soft touch, sólo faltó la tinta de punto... pero eso podía pasar inadvertido... Después saldrá la tirada completa a máquina…

* * *

Ela tiene un día mejor. Menor dolor, menos contracciones dolorosas en las piernas y casi sin vómitos...

--Esto es para ti –le entregué el libro.

--Un grano de salvación –leyó el título en voz baja--. Bella cubierta.

Lo abrió. Miró la dedicatoria: A Ela, mi esposa y amiga de más de cuarenta años, a quien tanto le debo en la vida. El Autor.

Finalmente se lo dije. Qué lástima que haya sido tan tarde...

* * *

Última Navidad juntos... Ya no vamos a vestir un arbolito de navidad vivo...

* * *

Año 2014 continúa y continúa aumentando el dolor...

* * *

El 9 de abril quimioterapia de nuevo... otro empeoramiento... Sufrimiento aún mayor... Perdemos el contacto. Parece que ya ha llegado el fin. Ela aún se prepara. Otra vez estamos juntos en casa. Última Pascua de Resurrección juntos...

* * *

3 de agosto, salimos de Sandomierz. Un amigo, el señor Andrzej nos persuadió a ir a“Kulinaria Gorzyczańskie”. Así pues, nos sentamos en Gorzyczany, en el patio del cuartel de bomberos, bajo un sol inmisericordemente abrasador. Ni un poquito de sombra. Nos deleitamos con los manjares locales. En el camino de regreso, nuestra hija, Asia, nos conduce a las orillas del Vístula.

Nos sentamos en un banco en la alameda. El sol poniente brilla con reflejos dorados sobre los techos de los edificios de la Ciudad Vieja. Por detrás, a nuestras espaldas resplandece el río Vístula.

Ela contempla con ojos entreabiertos la iglesia de San Jacobo, El Castillo, La Catedral. Permanece en silencio y sólo sonríe indecisa, como si ya supiera que los está viendo por última vez... El sol continúa siendo intenso. Deslumbrante. Ela se pone las grandes gafas oscuras y no cesa de sonreír casi imperceptiblemente... Me siento a su lado con la cabeza inclinada hacia delante. Las más disímiles ideas se arremolinan en mi cabeza... Asia nos hace una foto...

* * *

El 4 de agosto se aplicó el tercer ciclo de quimioterapia. Ningún efecto. Sufrimiento...

* * *

El 23 de agosto salimos de casa por última vez como si fuese de paseo. Vamos al huerto familiar, distante a trescientos metros de la casa, que compramos para nuestras hijas, para Asia y Martunia. Ela sube a la cima de la colina plana casi con sus propias fuerzas en una carrera pendiente en su silla de ruedas. Sólo la ayudamos un poco. Los obreros contratados terminan de poner en orden el terreno.

En mi corazón retoña la esperanza...

Regresamos a casa...

* * *

31 de agosto. Mañana es el cumpleaños de Ela. Vendrán los amigos de la Editorial Diocesana: Marta y el director Leszek. Sorpresivamente llega el redactor Tomek de “Invitado Dominical”. ¿Alguien más? No lo recuerdo... Ela ya no se levanta, pero quiere rendir los honores de la casa. Marta le entrega una bellísima orquídea blanca – Dendrobium compactum – me pasó por la mente ese nombre de los viejos tiempos cuando me ocupaba de la jardinería...

Ela nos mira con unos ojos infantiles y dice:

--Un hombre me acompaña aquí todo el tiempo... Ni feo ni bonito. No le temo porque me cuida. Y algo extraño: está junto a mí, pero al mismo tiempo es como si estuviese en todas partes, en toda la habitación...

Marta dice insegura:

--¿No será?... ¿No será el ángel de la guarda?

“Es posible... Es posible que sea el ángel de la guarda...” –pienso.

* * *

No perdemos el tiempo. Continuamos trabajando por encima de nuestras fuerzas. En cuanto le es posible Ela se sienta ante el ordenador. En la práctica sigue dirigiendo sola su casa editorial hasta finales de septiembre... No quiere ayuda...

El 6 de octubre, por última vez, encarga por sí misma la impresión de los nuevos libros.

Después, ponemos en orden su escritorio. Todo en su lugar, como siempre. Como durante estos casi cuarenta años de vida común.

--No desaprovechéis la editorial.

--No la desaprovecharemos, Ela.

--Elimina todas las matas de las macetas y las flores del jardín, porque tú solo no podrás arreglártelas.

--Vale.

--...

No sé qué otra cosa quiso decirme.

Y yo no sabía qué iba a decirle.

--¿Sabes una cosa? Todavía voy a escribir un libro para ti. Sólo para ti –dije con voz insegura.

Sonrió levemente. ¿No habré dicho algo tonto o sin importancia? ¿Acaso quise darle alguna falsa esperanza? No lo sé...

--Con tal que termine bien...

--¿Qué? –no comprendí.

--Ese libro para mí.

Sonreí con indecisión y no respondí nada, pero me prometí en el corazón que con seguridad terminaría bien. Aunque sabía que Ela ya no lo leería…

* * *

20 de octubre: descenso drástico del nivel de potasio. En ambulancia al hospital, a la sala de atención paliatoria. Adición de electrolitos.

--¡Llévadme a casa! –pide. Después, lo exige. Por último, lo grita.

Nos la llevamos el día 26, ya no podemos fingir ante nosotros mismos que se va a curar...

Dolor... una horrible herida enorme de escara en la espalda, se le ven los huesos de la columna vertebral. Una herida en las manos por quemadura de la química que no cicatriza... Dolor... la garganta quemada por la química... no puede tragar. Ya no come. Casi ha dejado de beber. Dolor... Dolor...

Morfina. Cada vez más morfina. Cada vez más... Semisueño, duermevela. Contacto cada vez más débil... Dolor... Dolor... Que no se puede ni ocultar ni enmascarar... Morfina...

Ela ya no bebe. Es el tercer día que casi no bebe nada. Desde hace meses nuestras hijas no se apartan del lecho de su madre. La atienden como ella otrora las atendía cuando eran pequeñitas e indefensas... Sé lo que la incomoda, lo que la avergüenza, intentan darle de beber. Varias gotas... Poca cosa. Cesa el contacto.

Asia es más fuerte. ¿No será sólo en apariencias?... Con mayor frecuencia Marta no oculta las lágrimas... Yo tengo los ojos secos, pero ese constante e insoportable espasmo amargo en la garganta…

* * *

Viernes 31 de octubre. Nos sentamos alrededor del lecho de Ela. Marta, Asia, yo, su hermano, su tía, su cuñada. Ela guarda silencio. No puede hablar. A ratos intenta exhalar una voz de sí, pero no lo logra.

Hora: 15:40. Veo que mueve los labios, me inclino sobre ella. Escucho completamente claro las palabras expresadas apaciblemente:

--Ya llegó el final...

* * *

En la noche del 1 al 2 de noviembre soñé que Ela se había vestido muy esmerada y excepcionalmente elegante. “¿Adónde vas?” “¿Cómo que adónde? A la iglesia”. Está tranquila, contenta...

* * *

Domingo 2 de noviembre. Ela continúa sin beber nada. Hay que hacer algo. Nuestras hijas telefonean a toda la ciudad. No es tan fácil encontrar una enfermera en su día libre después del Día de Todos los Santos.

Por fin aparece. Entra en la habitación. Intenta llegar a la vena con la aguja para suministrarle un suero. Pero los vasos sanguíneos revientan. Uno tras otro. Todos. Al cabo de casi una hora, desiste.

--Señora, ¿cuánto tiempo resta aún? –pregunto con una voz diferente a la mía.
--Mire, señor, no sabría decirlo. Todavía pudiera mejorar.

Se trata de la eternidad, no se trata de no lastimar a alguien con alguna palabra... Pero estos son los tiempos... Seguro que ella no lo comprende, así que ya no le pregunto nada más. Veo que ella quisiera proceder de la forma mejor y más delicada... mientras tanto, no se trata de corrección política... sino se trata de la eternidad...

Salió.

Llamo por teléfono a un amigo.

--Piotrek... –se me quiebra la voz. Le relato cuál es la situación, le doy a conocer los síntomas... –dime, ¿cuánto resta aún?...

--Voy para allá enseguida.

De hecho en cuestión de unos minutos llega al lugar.

Examina a Ela. Minuciosamente. Lo miramos inquisitivamente.

--A lo sumo unas horas...

* * *

Llamo sucesivamente a los curas. Nadie responde al teléfono. De hecho había recibido los sagrados sacramentos, pero el viático en la hora de la muerte... Finalmente el cura párroco Jerzy me devuelve la llamada.

--¿Que es lo que pasa?... Estaré allí en unos minutos...

Eleva una blanca migaja de pan:

--Este es el Cordero de Dios...

--Ela traga el Cuerpo del Señor con un par de gotas de agua. ¡Lo traga!

El zumbido del motor del automóvil del párroco se acalla tras la colina. Otra vez volvemos a quedarnos solos. Ela, nuestras hijas y yo... No hay ningún horror. Sólo tristeza. Paso por mis dedos las cuentas del rosario. La cabeza me arde y me da vueltas.

Las velas esparcen un resplandor amarillento. Rezamos oraciones por los moribundos...

* * *

Las dos gatas, Parda y Gata Vieja, no abandonan el lecho de Ela. Se abrazan a ella. Sólo la perra mestiza Bermeja actuó como si la evitara desde el momento en que por única vez en su corta vida perruna empezó a aullar, cuando llevaron a Ela al hospital por última vez...

Parda se abraza a su mano adolorida, sin cicatrizar. Un movimiento imperceptible, como si Ela quisiera acariciar aún esa piel aterciopelada... No la alcanza, los dedos caen inertes...

Por el rictus de su rostro vemos que el dolor volvió a intensificarse. Una inyección sucesiva de morfina.

Son pasadas las 21:00. Basia y Piotrek se despiden. Volvemos a quedarnos solos.

El tiempo transcurre lento... muy lentamente... el cansancio aumenta. Apenas puedo mantener los ojos abiertos. Los párpados se me cierran solos. Tengo que acostarme. Aunque sea un momento. No soy tan duro como Asia. Estoy horriblemente cansado.

A través de un sueño ligero me llega la voz de mi hija.

--Mamá acaba de fallecer...

Miro el reloj. 00:55

“Concédele el descanso eterno, Señor... Concédele el descanso eterno, Señor... Concédele el descanso eterno, Señor... Concédele el descanso eterno, Señor...” –sólo eso me gira en la cabeza.

Asia y Marta visten a su mamá. Yo ayudo a cargar o sostener el cuerpo. Que ningunas otras manos que no sean las nuestras...

Cerca de las 2:00 el médico le echa un vistazo de lejos. Ni siquiera se acerca al lecho... el zumbido de la ambulancia que se aleja...

De nuevo el zumbido de un auto... De otro...

--Sí, es aquí... Por favor, seguidme, por aquí...

--Cierran la bolsa de plástico...

Ela deja atrás la puerta de entrada por última vez... Ya nunca más volverá a nuestra casa...

Me paro en el portillo y veo alejarse las luces del auto que la conduce vestida de negro en una noche de noviembre... Sólo una docena de segundos más y me quedo solo cara a cara con el silencio de la calle desierta, alumbrada por el insípido resplandor amarillento de las lámparas de sodio...

Vuelvo a casa. Miro el reloj despertador en el cuarto de Ela. Se detuvo. Hay que darle cuerda. Extiendo la mano hacia él, pero de pronto la retiro. Las manecillas inmóviles indican las tres y dos minutos. Es 3 de noviembre de 2014. Como ayer fue domingo, hoy es el Día de los Difuntos...

* * *

5 de noviembre. El día de las exequias es bello, soleado, cálido. La iglesia de San José está atestada de gente. Nueve sacerdotes ofician la ceremonia fúnebre. Nunca, jamás me lo hubiese imaginado... pues, ¿por qué razón? No me lo puedo explicar. El cortejo marcha hacia la puerta del Cementerio de la Catedral. Detiene el tráfico. En los árboles las hojas otoñales tiemblan y se convierten en un maravilloso espectáculo de colores al soplo de la brisa. En ellas brillan manchitas doradas de los reflejos del sol...

Se cierra de golpe la lápida sepulcral.

Después, ya sólo flores, flores, flores... cuantas se podían alzar con las manos... Coronas, ramos, flores sencillas... No se veía nada por debajo de ellas.

Todo terminó...

* * *

12 de noviembre. Ya han pasado nueve días desde que nos separamos...

Contemplo las dos fotos de Ela que son más entrañables a mi corazón... En una de ellas, está de pie, tranquila, aunque tiene la cara como cansada y los ojos entreabiertos. Y un gesto en los labios que no es ni una semisonrisa ni una semimueca... Está parada sobre una alfombra de hojas de distintos colores que habían caído y tiene como fondo la misma alfombra, sólo a lo lejos se vislumbran los contornos imprecisos de los bloques de las casas de la calle Zamkowa...

En la otra estamos sentados juntos en un banco a orillas del Vístula, yo tengo la cabeza inclinada hacia delante, ella sonríe ligeramente...

Un espasmo me oprime la garganta...

* * *

Desde hace años no hice esto. Consideraba que uno supera la etapa de los versos. Y que ya la había dejado atrás. Sin embargo la presión fue tan fuerte que no logré resistirme. Los dedos golpean rítmicamente el teclado. No pienso, no analizo, no escojo palabras, no las cincelo. Hacen su aparición las filas de palabras. Un verso tras otro. Sólo así puedo decirle algo más a Ela... De manera sencilla, sin meditar detenidamente, del corazón mismo...

Me quedó de ti la foto sonriente
y en la garganta un espasmo de dolor
y una espera incesante
porque quizá te pares en la puerta
como cada día
durante estos casi cuarenta años...

En la sorda ventana está el reflejo incierto
de mi rostro que contempla la oscuridad y el vacío
que se dispersa en silencio desde el ocaso hasta el amanecer
en las sofocantes noches de soledad y cuenta los segundos...

Tantas cosas sin decir
y después hubo tiempo
para que no separara nada y lo uniera todo
se fueron lejos tantas chispas de gotas de rocío
de manchas de sol
tantas nieblas y tiempos de lluvias otoñales...
ni el perro de la vecina ya te recuerda...

Me quedó de ti la foto sonriente
y en la garganta un espasmo de dolor
y una espera incesante
porque quizá te pares en la puerta
como cada día
durante estos casi cuarenta años...

Pero los vestidos de estos casi cuarenta años...
están todos cerrados en el armario
y sólo los zapatos hacen fila de pie
listos para salir...

Y los míos también listos
sólo que...
el corazón desobediente
constantemente late... y late...
y no se quiere detener...

© Copyright by Andrzej Sarwa 2017
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